Los derechos fundamentales de todo ser humano (La sanidad, la educación, la justicia, el derecho a una vivienda digna, a sacar adelante a una familia, a aspirar a una justicia real, accesible y gratuita...), nunca deberían ser objeto de negocio, especulación o privatización. Si un gobierno gestiona mal, cámbiese el gobierno. Pero que no se utilice la rentabilidad como argumento para el saqueo de los bienes públicos. Los derechos no tienen precio, ni son negociables.


viernes, 14 de agosto de 2009

Moncho

Va a hacer un año que murió mi amigo Moncho. Cuando se va una persona a la que queremos, es muy duro. Pero cuando se va alguien que nos quiere y con quien hemos compartido gran parte de nuestra vida, es una pérdida muy fuerte porque nos quedamos más solos y perdemos esa parte de nuestra memoria que reside en la suya.

Tener buenos amigos es fundamental, y en eso soy afortunado. Pero entre los buenos amigos siempre hay alguno con quien has vivido los momentos más importantes, con quien has tenido más confianza. Moncho era más que mi hermano, era el compañero siempre disponible. Hay personas con quien la amistad se materializa de una forma especial.


Nos conocimos en 1960. Han sido casi 50 años juntos. Compartimos los campamentos, las montañas, las caminatas interminables con la mochila a cuestas. Hemos dormido bajo las estrellas en las orillas del Miño, en las playas, en los veleros que disfrutábamos juntos. Juntos navegamos por las rias, recorrimos los rincones gallegos y descubrimos Santiago de Compostela en 1970 y fué el quien me hizo sentir Galicia tan dentro que luego tuve que volver cada año.

Juntos pasamos a la Universidad de los 70, y juntos fuimos estudiantes de izquierda, compartiendo, como todo, algún susto gordo con la Social de entonces. Juntos vivimos nuestras primeras novias, nuestra novia definitiva, nuestros hijos. Juntos montamos nuestra empresa de informática y juntos fuimos navegando por el mar de cada día, como navegábamos a vela: Entendiéndonos y apoyándonos sin interferirnos.

Podian pasar meses sin que nos vieramos, pero era tal la comunicación que sentíamos cuando el otro nos necesitaba, y entonces bastaba una llamada: "Angelitooooooo.... ¿Cómo vas?" "Capitan Moncho, cómo lo llevas". Y por la voz sabíamos la respuesta, y acudíamos rápido a tomarnos unas cervezas con nuestro amigo. Sabíamos que el otro estaba ahí, para lo que hiciera falta.

Moncho amaba la libertad por encima de todo. Para él y para los demás. No quería sentirse forzado a nada, y rechazaba imponer nada a nadie. Por eso, a veces podía parecer desinteresado de aquellas cosas que, precisamente, más le importaban. Y fueron aquellos momentos más duros, los de mayor soledad, los que más nos unieron al cabo de los años. Moncho tenía a su amigo Angelito y Ángel aprendía a través de Moncho, como tantas otras veces, el valor de muchas cosas.

Al final, los dos sabíamos que estaba muy mal: "Estoy muy jodido, Angelito" "Ya, chaval. Pero ¿Qué vamos a hacer?". Y simplemente estábamos juntos, compartiendo esos silencios que comunican a quienes realmente se quieren. Se fue, pero no se ha ido. Está conmigo en cada paso, en cada silencio. Cada vez que veo el mar siento que navegamos juntos, y cada vez que pienso en Galicia nos veo paseando por Santiago o disfrutando de un buen pulpo. Los mejores recuerdos están hechos de eso, de momentos sencillos.

He tardado un año en poder escribir esto. Realmente, he llorado mucho, y muchas veces. Pero procurando no molestar, como le gustaba a Moncho. No por él, porque estoy seguro de que está navegando feliz, en alguno de esos mares en los que le gustaba sentirse libre. Sino por mi, porque esa parte de mi vida no va a volver, y siempre me parecerán insuficientes los momentos con mi amigo, las cervezas y las risas, y todas esas cosas que se viven desde los 8 a los 58 años y se comparten, no se cuentan.

Y por eso os escribo esto a todos. A Ana y a Cristina, y a Lupe, y a Angel, y a las Alicias, y a todos los que tenéis alguien que os quiere. Para que no escatiméis los buenos momentos, para que nunca tengáis que pensar que no disteis el máximo a quien os ofrecía lo mejor. Y a Darío, para que herede el amor por la libertad y la dignidad que en cada uno de sus días vi en nuestro Moncho. Él nos quería felices y libres.

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