Los derechos fundamentales de todo ser humano (La sanidad, la educación, la justicia, el derecho a una vivienda digna, a sacar adelante a una familia, a aspirar a una justicia real, accesible y gratuita...), nunca deberían ser objeto de negocio, especulación o privatización. Si un gobierno gestiona mal, cámbiese el gobierno. Pero que no se utilice la rentabilidad como argumento para el saqueo de los bienes públicos. Los derechos no tienen precio, ni son negociables.


miércoles, 14 de julio de 2010

DISCURSO DE UN PADRINO DE BODA (CARTA A UNA GENERACIÓN)

Queridos hijos
Queridos amigos
Queridos amigos de nuestros hijos y queridos hijos de nuestros amigos

Cuando una pareja, en cualquier cultura, se casa, en realidad lo que se formaliza ante la sociedad es la toma del mando, el control de las riendas. La sociedad representada en la ceremonia avala este cambio de turno, y entre todos les decimos: “Ahora os toca a vosotros”.

Nuestra generación ha creado la sociedad en la que ahora vosotros vivís. Y de lo que vosotros hagáis dependerá la que vais a transmitir a vuestros sucesores. Por lo tanto, procede reflexionar sobre algunas cosas importantes que os legamos, y que por ser ahora cotidianas, y parecer ya normales, evidencian que hemos triunfado, puesto que para nosotros fueron un gran salto, o una gran ruptura, y para nuestros padres eran un sueño o una quimera.

La primera es la libertad de crecer sin estar afiliado a un dogma, sin complejo de culpa, sin manipulación moral, sin gurús ni recetarios espirituales. No hacen falta profetas, ni caudillos, ni sumos sacerdotes que nos marquen el camino, ni directores espirituales que hagan de policías de nuestra conciencia. La persona tiene capacidad de encontrar su camino por sí misma, y hay que defender ese derecho. No hay que aceptar doctrinas que nos hagan creer que somos mejores o peores que cualquier otro. La "salvación" está en nosotros mismos, en lo que hacemos y cómo lo hacemos a los demás, en la bondad, en el diálogo, en la paz y en la defensa de la justicia y de la verdad. En cómo dejemos los sitios por donde pasamos, en cómo influyamos en la vida de quienes nos conocen.

La segunda es la libertad inmensa que da la formación. Pero no la acumulación de títulos, sino el ansia de conocer, de entender y de aprender. Hemos puesto nuestra mejor inversión en dotaros de estas herramientas que os darán la posibilidad de expandiros, defenderos y crecer internamente, sin dependencias, con capacidad de análisis y de crítica. Para que seais fuertes y no manipulables, para que disfrutéis del tremendo gozo de conseguir las cosas con vuestro propio esfuerzo.

La tercera, es la libertad que da conocer idiomas, viajar y poder relacionaros con otras personas y otras culturas. Ser europeos en igualdad de condiciones, asumiendo y defendiendo lo mejor de los valores de la Europa culta y democrática. Saber que no hay diferencia entre países, razas ni sexos. No aceptar más banderas que la de la lucha contra la mentira y la injusticia y defender que lo primero son las personas, sin reconocer más fronteras que los derechos de los demás.

La cuarta, es la libertad de conocer bien a la persona con quien decidís uniros. Sin prisas, sin condicionantes, en todas las situaciones. Y la posibilidad de seguir juntos porque queréis, sin obligaciones. Uno se casa con todos los momentos de la otra persona, con su entorno, con su historia y con su subconsciente. Y hay que conocerla al máximo para aceptarla al máximo.

La quinta, es la libertad de tener hijos porque queréis y cuando queréis. Porque un hijo es un regalo, y nunca ha de ser una imposición. Y los niños son personas con todos sus derechos y dignidades desde el primer momento. Heredarán vuestro día a día, vuestro concepto de la vida y de quienes les rodean, vuestros roles y vuestras reacciones. Disfrutadlos en libertad y traspasarles todas estas libertades incrementadas, más todas aquellas que aportéis en vuestro turno que ahora empieza. No hagáis sumisos consumidores ni pasivos apantallados: Haced inquietos exploradores y perseguidores de estrellas, gente capaz de llevarnos a todos un poco más lejos y un poco más alto.

No hay recetas para la felicidad, ni para conservar la pareja, ni para educar a los hijos: hay actitudes. La felicidad no es un objetivo lejano, es una forma de viajar. Y no se puede triunfar en la familia ni en el trabajo si uno no se conoce a sí mismo, si no puede estar consigo a solas. Para ser amado hay que amar, y amar es repartir felicidad, intentar hacer la vida más fácil a los que nos rodean. Y esto sale desde la serenidad interior, y se amplifica desde la serenidad de la pareja. No sirve, aquí tampoco, la política de los grandes eventos ni de los grandes romanticismos si no hay capacidad para compartir el silencio, para transmitirlo todo con una mirada o con un apretón de manos y para acompañar en los malos momentos, para estar sin imponer, para dar sin exigir. Una sociedad es libre y es feliz si lo son las personas. Y una pareja es feliz si cada uno se siente libre y es feliz por su parte.

El tiempo nos enseña que se quedan las pequeñas cosas, y que no se recupera el beso que no se dio, la caricia que no se hizo, la palabra cariñosa que el otro se quedó esperando y que el orgullo nos impidió decir. Se recuerdan las sonrisas y las caricias, y se construye sobre los pequeños detalles. Al final, siempre nos parece insuficiente el cariño que hemos devuelto a quien nos ha querido y el tiempo que hemos dedicado a nuestros hijos.

Estaremos aquí para apoyaros, pero también para exigiros que paséis y mejoréis nuestra herencia. Somos todos peregrinos en un viaje en el que nada de lo que es auténticamente valioso tiene peso ni volumen, ni precio. Hay que construir el camino cada día y disfrutarlo, sin perder de vista que estamos en tránsito para aprender, para mejorar y para compartir.

Que disfrutéis de cada paso, de cada momento y de cada situación. Y que podáis estar tan orgullosos de vuestros hijos como nosotros lo estamos de vosotros.

Adelante y ¡Buen Camino!